La visita era esperada, la primera de un amigo, sin un vinculo de sangre más allá del trabajado en el tiempo, desde aquel primer día en el que un festival de música, con Massive Attack y Faithless sorprendiendo, era regado al más puro estilo ron cola, sin conservantes ni colorantes.
Neja aterrizó hace ya más de un mes, y de dos, un día en que El Quijote era leído en la Filozofski Fakultet de la Universidad de Sarajevo. El aterrizaje fue suave en un día soleado de primavera bosnia. Salí con prisas del trabajo y en la puerta del mismo, con el taxista ya habitual en mis visitas, me encontraba con y abrazaba a mi amigo.
Lo primero, comer, lo segundo, siestear. Por la tarde, venía el evento con anfitrión de excelencia y con lectura que debía realizarse en orden y concierto. Cuando llegó el momento, sin preguntar, di papel y turno a Neja y al atril tuvo que salir. Sin saber cómo, ni porqué, el evento resultó satisfactorio, conseguido. Bueno, yo si sé gracias a que y quien, pero ellos ya lo saben también.
Para celebrar la salvación nos juntamos todos en el conocido Tito´s Bar, no el de Avenida Donostiarra que sigo en Sarajevo y no en Madrid, y entre tanques y antiaéreos disfrutamos de unos pares de Sarajevsko, cerveza fría y local para acostumbrar de nuevo las cuerdas vocales a la lengua moderna y abandonar al descanso, en la Mancha, al caballeroso Hidalgo. Con el reposo y la espuma del tercio, quizás debido también al nombre del lugar, surgió la idea de una visita al Bunker sito en Konjic. Todo se hablaría, de momento, al día siguiente, la brújula señalaba más al oeste, Mostar y su Stari Most, por segunda vez.
El Viernes, lo pedí libre y comenzamos una visita imprescindible para un defensor del país y su bandera. Con coche de alquiler, salíamos de un Sarajevo en lluvia con destino a la soleada Herzegovina. El primer tramo, curvas advertidas con Zeta y puestos de venta de miel en ellas, requería conductor experto y en sus manos quedó el volante; pero más adelante, cuando la carretera perfila el Neretva y el terreno llanea, conduje hasta donde el GPS señalaba como destino. Gracias a los consejos y advertencias, pudimos llegar sanos y salvos al viejo puente.
La soleada Herzegovina, también debía tener el día libre porque la lluvia nos perseguía hasta las rodillas. Fue una pena, pero la visita se cumplió. Las conversaciones, iban y venían del recuerdo al presente. Los teletipos no son lo mio, quién me conoce ya sabe que soy muy de café, y ahí la información fluye con naturalidad. Después de comer refugiados, por segunda vez, del agua y del viento, en el Hindin Han, nos fuimos Blagaj; para disfrutar de un café en el templo que guarda el nacimiento del río Buna.
La lluvia, no parecía fuese a darnos tregua, pero al llegar nos dio un descanso para poder beber un Bosanska Kahva en unas terrazas inundadas por el tiempo. Hasta aquí no había llegado nunca, y poder llevar la mirada desde la cueva que esconde el río hasta la última piedra que amuralla el templo, fue toda una gozada. El agua, corría fuerte, y el sonido, invitaba al asiento y el cigarro. Y así fue. Después de esto, vuelta a Sarajevo, cerveza y descanso. Ya estábamos avisados, al día siguiente se había organizado la visita al Bunker de Tito. Quedábamos con Jose y Miriam, y todo arreglado.
Hoy sí, el sol deslumbraba, pero yo no me fiaba y vestía de largo, que luego pasa lo que pasa. Como mi tradición indica, desayunamos un Burek de pollo y una Coca-Cola. Recogíamos al apoyo para la invasión del Bunker y, tras unos primeros trompicones, dirigí el vehículo al punto de encuentro con el otro coche. Cinco vidas en mis manos, la responsabilidad no podía ser más agradable en semejante compañia; Sergio, mi compañero de piso; Neja, mi amigo; Jose y Miriam, pareja de traca y patio.
Llegamos con tiempo, de manera que café al sol y calma en el reloj. Una hora más tarde, o dos, cruzábamos el río y nos plantamos ante las verjas, de hierro forjado, sin más armas que un mechero y mucha curiosidad. Nos quisieron prohibir la entrada por faltar cinco minutos al cierre, pero una sonrisa de la manga nos hizo ganar el permiso de entrada.
La visita fue de lo más divertida, coincidía una Bienal de arte y habían aprovechado el espacio para mostrar las obras de todo tipo de artistas. Pero el propio Bunker de Tito es una obra de arte en sí mismo. Fue toda un gozada. Subimos escaleras, entramos en todas las habitaciones, abrimos todos los armarios, tocamos todos los objetos, disfrutamos cada palmo del hogar preparado para sobrevivir 500 personas durante todo un año. El frío del interior, calmaba el calor que apretaba fuera y, con la temperatura en orden, pudimos correr todos los pasillos y fascinarnos con cada engranaje que se podía girar ¡Teléfonos rojos que descolgar y todo!. Fue todo un placer, ver mapas y clavijas para, imaginar sin parar, la vida que allí se esperaba gobernar.
Salimos, sobre espejos rotos, sin parar de hablar de lo divertido y entretenido que había sido. Ahora, tocaba comer y así lo hicimos, en el Han, junto a la orilla de ese río que no deje de ser mencionado, el Neretva.
Tras el café, nos pusimos en marcha y devolví a salvo a las vidas que a mi cargo habían quedado. Misión cumplida, aunque ahora tocaba la segunda parte, la más difícil, la más batallada. Siesta para empezar y camisa planchada para salir a ganar. Chupitos de Jagger, y a matar.
La visita, requería una copa que fue cumplida en el Aquarius. Mal augurio que al entrar ya hubiese un cartel que descubría las botellas de Vodka a 70 Km (35 lerus), malo, muy malo.
La primera venía y, con su fuerza, apartaba a dos chicas que bailaban en una zona privilegiada; una botella requiere espacio y ellas, de momento, no interesaban. Sin darnos cuenta, el vidrio agonizaba. El perfume, nos hacía perder la mirada, y la vista no descansaba. Para aligerar líquidos, me dirigí al baño. Allí, me encontré a Neja. No tuvimos más que mirarnos a los ojos.
-¿Otra?
-Joder, estaba pensando lo mismo.
-Ya tío, somos lo peor.
-Venga, vamos a pedir otra botella.
Tropezándonos con nuestras risas, llegamos a la barra para pedir otra. Esta vez, propina al camarero, un día es un día. Después de eso, las azafatas se nos acercaban para sacarnos fotos, las preciosas se dejaban conversar, y el zumo de naranja seguía aportando color al combinado.
Apenas nos ayudaban, así que tuvimos que matar una a una las dos botellas que nos miraban abrazadas por el hilo. Sí, el dinero también te consigue hielo en este país, y vasos grandes.
Con una guerra así, el escribiente tuvo que dirigirse al baño, una vez más. Pero esta vez, todo fue diferente. Al volver, para ocupar mi puesto, me cruce con dos armarios que sujetaban por los hombros a una figura conocida. Aunque de pie les igualaba en estatura, ahora con la cabeza gacha y los pies arrastrados, apenas les llegaba los hombros. Mi compañero había sido herido de gravedad, parecía fuera de combate. Le acompañe fuera, pedí a los puertas que evitasen su caída, no podía dejarlo caer en el barro. Busqué su cartera, ante el asombro de los porteros, saqué el dinero necesario para pagar el hielo, e prometí que volvería y, de nuevo, entre a vengar al compañero herido de muerte.
Fui rápido y con peso firme al puesto abandonado, allí pagué las deudas y, antes muerto que sin botín, cogí el Vodka restante y lo escondí, cual contrabandista, entre los abrigos que colgaban del brazo. Pudiera ser el Aquarius un lugar de buenas maneras, pero en el amor y en la guerra todo vale. Salí fuera, mi compañero no mejoraba. Dude su usar el teléfono de emergencia, necesitaba refuerzos. Finalmente, descolgué.
-¡Un vehículo por favor! Hemos de escoltar a nuestro soldado a un lugar seguro, ya no puede mantenerse en el frente.
Súbitamente, Amko, un amigo bosnio, planto su coche en la puerta, introdujimos al herido y salimos pitando del fuego enemigo. Le apretaba el hombro para que no se durmiera, en sus últimos momentos quería estar a su lado. Llegamos a casa, con el coche hasta el portal. Salimos del coche y abrí la puerta del copiloto. Mi amigo, haciendo gestos con la cabeza, parecía que quería decirme unas últimas palabras. Pero, entre amigos, pocas son las palabras que se necesitan. Le agarré de los hombres, le incliné hacía fuera, y le deje expulsar el veneno que atacaba su cuerpo. No estábamos preparados para una batalla tóxica. Todo quedo embarrado, pero el ascensor nos ayudó a transportarle hasta el sofá, que a modo de camilla improvisada, le otorgaría el descanso que su cuerpo sanaría. Tapado y caliente él, yo me fui con la guerra a otra parte. Salí de casa, aún lamentado la perdida de tan buen soldado, nada podía hacerse al respecto. La vida debe continuar.
Camino del nuevo campo de batalla, el Underground, empecé a sentirme mareado, perdía vida, parecía que una bala había rozado mi abdomen. Me toque “la talega” y, rápidamente, pude ver lo que pasaba. En el fragor de la batalla, en la celeridad del rescate, yo también había sido herido, y la adrenalina me había impedido sentirlo, hasta ahora. Así que, experto en estas lides, me lancé al único recurso que me quedaba, era un todo o nada, nunca se sabe con estas cosas, todo podía pasar.
Amko, en la desesperación, dijo -Otro que muere.
Le miré, y le dije -Dame unos segundos y me verás resucitar.
Me apoyé en una columna, palpe con mis dedos mi garganta, y expulsé el mal que acuciaba. Puse firmes mis rodillas y, muy despacio, solté mi mano de la columna que abrazaba. Todo parecía en orden, la operación había sido un éxito. El cuerpo se movía y la mente se despertaba. Listo para la batalla.
En el nuevo campo, buscaba el hombro de una mujer en el que apoyar mi frente y lamentar la perdida mientras descansaba. Alguno se encontró, pero ninguno se licenció aquella noche. Tomé una cerveza, ante el asombro de mis compañeros, y me fui con Sergio a casa. Ya lo he dicho, pero vivir con alguien es garantía de que nunca volverás sólo a casa y, en noches como aquella, es todo un consuelo. Al día siguiente, Neja volvía a la vida y, tras un paseo por Baščaršija, despegaba camino a casa. Sarajevo había acabado con él, lo había matado.
Aún es que hace unas semanas volví para vengar la muerte de mi amigo y, con sorna, me saludaron en la puerta y me preguntaron -¿No traes hoy a tu amigo muerto?-, sólo pude reconocer lo evidente -No, Sarajevo lo mató y tuvo que irse de vuelta a España-. Con dignidad soporte sus risas y, de nuevo, entré a matar.
Debía este post que tanto se ha hecho esperar. Yo aún, de momento, no he llegado a morir aquí, aunque se de muchos que, entre la sorpresa y el temor, esperan verme caer. Hasta entonces, espero disfrutéis de mi ausencia y de estas nuestras vivencias.
Besos y abrazos para repartir al gusto.
Suena “Go and never look back-ELE”